Hay que desterrar este negocio que beneficia a muy pocos y que no aporta valor añadido al sector aéreo: sólo contamina
Últimamente el esfuerzo por utilizar la menor cantidad de plásticos posible es notable, conocido y reconocido, incluso, a nivel institucional. Las recientes campañas informativas dejarían en evidencia a cualquiera que pretenda mostrarse ignorante del mal que produce el plástico en el medio ambiente y hasta en la cadena alimenticia. El hecho se ha traducido en obligaciones legales, encarecimiento de plásticos de uso doméstico, desaparición de muchos de uso industrial (vasos, cañitas, etc.), y concienciación de reciclaje de ropa sintética o envases no retornables. Cada vez es más frecuente ver a la gente cargar sus propias bolsas de compra y tomar todo tipo de medidas individuales al respecto.
Por otro lado, la gente cada vez viaja más. El avión supera ampliamente al barco en cuanto a demanda de pasajeros por el abaratamiento, la inmediatez y comodidad frente al otro. Hay muchos trayectos que no se pueden hacer por tierra o son demasiado largos para poder competir con la comodidad del transporte aéreo. Inherente al avión del siglo XXI está el mayor sistema de seguridad en traslados de toda la historia, que viene precedido por malas experiencias de atentados terroristas y escarmientos tecnológicos que han producido una flota que surca los cielos muy segura y centrada ahora en buscar la eficiencia de consumo y baja contaminación. Sin embargo, hay una mala costumbre actual que debería de pasar a la historia inmediatamente: envolver las maletas en metros y metros cuadrados de plástico.
Imaginamos que las personas que utilizan estos servicios, que se ofrecen en las instalaciones más destacadas de la Red de Aeropuertos de Aena, piensan que así se resguarda más su ropa o su propia maleta. Seguro que lo hacen sin consciencia de que las maletas están diseñadas para viajar y es lógico que sufran algún arañazo, o que no se debe llevar en el equipaje facturado objetos de valor que no sean la propia ropa o calzado. Aun así, no creemos que sean tan ingenuos de no saber lo grave que es consumir tanto plástico; y tampoco los vemos llegar a un destino desconocido preguntando por el lugar dónde deben tirar ese plástico de un solo uso.
En un pequeño artículo publicado en prensa en mayo de 2019 sobre las máquinas que envuelven mecánicamente las maletas, se asegura que «El proceso de embalado va por ciclo programado. La máquina da seis vueltas para un lado y siete vueltas para el otro, independientemente del tamaño de la maleta». En el mismo texto se calcula que se trata de un total de «unos 13 metros de longitud de un rollo de uno de ancho. Es decir: unos 13 metros cuadrados de plástico por maleta». Eso es mucho plástico. ¿Cuánto puede significar al día, al mes o al año?
Señores viajeros que empaquetan sus maletas en plásticos: nadie mete droga en su equipaje, como tampoco se reparten caramelos con droga gratis, los narcos tienen sistemas asombrosos hoy en día; las maletas más caras son las más resistentes y mejor preparadas para soportar el trasiego de los operadores de handling, que además aseguran su equipaje y se hacen cargo de roturas; y una maleta cerrada con una brida o un candado es suficientemente segura, aunque más seguro es llevar las cosas de valor en equipaje de mano. Muy posiblemente, los mayores ladrones que encontrarás en la mayoría de los aeropuertos son los empaquetadores de plástico que utilizan eslóganes como «para que no te metan nada en tu equipaje» o «para no perder tus pertenencias». La mayor estupidez, alimentar a gente que contamina de esa manera con una gestión empresarial de dudosa valía.
Mientras esta práctica siga siendo legal, debería estar pendiente la policía de fronteras y obligar a cortar la «armadura» plástica a cada viajero y depositar esa basura en el lugar correspondiente; igual que se obliga a tirar las botellas con líquido de más de 100 centilitros a la entrada de embarque. En esta ocasión, por un medio ambiente que tenemos que cuidar todos sin excepción.