Crece el paro, bajan los sueldos y se precariza el empleo, al tiempo que nos recortan las pensiones, la protección social y los servicios públicos con la excusa de la crisis económica. Pero la banca, las grandes empresas, las grandes fortunas y los niveles superiores de la gerencia pública siguen manteniendo grandes beneficios y privilegios. Ocurre esto porque vivimos en una sociedad capitalista, basada en el lucro privado y en la que el poder y la riqueza se concentran en cada vez menos manos.
Quienes ostentan cargos de representación en las instituciones políticas y sindicales, también pueden llegar a formar parte de esta escala elitista del lucro y el privilegio. Se trata de los profesionales del poder, mal llamados “clase política y sindical”. Es decir, de aquellas personas que viven del ejercicio de la representación en las instituciones durante buena parte de su vida laboral, encadenando sucesivas legislaturas incluso bajo distintas siglas, y que reciben por ello pingües compensaciones.
¿Y qué hacer? Exigir que se vayan o forzar a que lo hagan. Los cambios profundos nunca proceden desde dentro de esas instituciones. Más bien al contrario.
Aprendamos de lo que está sucediendo al otro lado del mediterráneo.