La alternativa pasa por un sindicato profesional de handling que viene de abajo y para los trabajadores.
Es curioso, por no decir cínico, que la patronal y las élites económicas hayan puesto el grito en el cielo por el golpe a la competitividad de la economía española que supuso la huelga general. En las últimas semanas, como viene siendo habitual en las contadas ocasiones en que los sindicatos no se pliegan a los designios de los mercados, se han sucedido las declaraciones de eminentes economistas (neoliberales) y de líderes de la derecha política y económica que acusan a CCOO y a UGT de atentar contra los esfuerzos que se están realizando para sacar adelante la maltrecha economía nacional con una convocatoria de huelga general inoportuna y las diferentes convocatorias de protesta que se están realizando en diferentes ciudades españolas.
No es de extrañar que al empresariado y a los poderes económicos les haya parecido inoportuna. Extraño sería que les pareciera una buena idea. Pero de entre todas las estrategias de desmovilización social hay al menos una que ha calado profundamente en la opinión pública: la descalificación de los sindicatos como organizaciones legítimas de defensa de los derechos de las personas trabajadoras. Sobre el sustrato del descrédito que viven los que en otros tiempos se llamaban “sindicatos de clase”, las élites económicas y mediáticas se esfuerzan por generar un clima antisindical basado en algunos equívocos intencionados que comento a continuación.
Es legítimo considerar que el sindicalismo vive una profunda crisis y que en algunos sentidos se ha convertido en una forma obsoleta de organización de los intereses de parte de las personas trabajadoras. Pero no debemos renunciar a la función social que estas organizaciones aún pueden llevar a cabo si son capaces de establecer canales de cooperación con los nuevos movimientos sociales y de ver más allá de la defensa de los derechos de las personas ocupadas. En este sentido, reducir las opciones de lucha sindical en nuestro país a CCOO y UGT es un error que beneficia a la estrategia de desmovilización y de descrédito del sindicalismo antes mencionado. Considerar que son las únicas organizaciones hegemónicas y con masa crítica suficiente para la movilización de los trabajadores y trabajadoras es como caer en la trampa del voto útil en tiempos de elecciones.
Sindicatos como CESHA, Catac, CIG, Intersindical, SU, Coordinadora de Puertos, CTA, CSI,Ustec, SOC, ELA, LAB, Cobas y un largo etcétera están desempeñando una labor encomiable en los centros de trabajo y apuestan por ser los futuros canalizadores de los grandes movimientos.
Los diferentes movimientos sociales deberían contar con este nuevo sindicalismo que está surgiendo como respuesta a los grandes sindicatos de clase para hacer frente a los retrocesos sociales también desde una perspectiva global.
Utilizar el contexto internacional para culpabilizar a las huelgas y los sindicatos de supuestas pérdidas de competitividad es un recurso común de la patronal y los gobiernos en todo el mundo. En muchos países, incluido el nuestro, la industrialización y el gran crecimiento industrial de los últimos treinta años ha estado basado en la explotación por parte de empresas transnacionales en busca de mano de obra cada vez más barata y exenciones fiscales. Cualquier opción de oposición al modelo de “desarrollo” imperante pasa por la organización de las personas trabajadoras. Las experiencias sindicales, pese a sus limitaciones y la necesidad de revisión de las estrategias de transnacionalización de las luchas, siguen siendo esenciales y necesarias.
Nadie debería sentirse ajeno a la convocatoria de nuevas jornadas de huelga por muy crítico o crítica que sea con la deriva ideológica y organizativa de los sindicatos mayoritarios, si es que eso se produce. La huelga tendrá valor simbólico y práctico con independencia de los objetivos que se planteen UGT y CCOO, y sea cual sea el papel de los trabajadores y las trabajadoras ocupadas. El pasado 29M no protestamos sólo por una reforma laboral injusta sino porque se está desmontando un estado del bienestar largamente trabajado durante los últimos treinta años.
Es el momento de seguir exigiendo nuevas movilizaciones y reivindicaciones de carácter social y laboral para que sea el punto de partida de un modelo de cohesión social justo y sostenible.