Es muy fácil protestar por el funcionamiento de los sindicatos y sus líderes. Basta con abrir la boca y decir lo que pensamos. Es muy fácil quejarse por la manera en la que negocian y nos representan. Basta con abrir los ojos y reparar en lo que vemos. Es muy fácil criticar y juzgar la actitud de nuestro delegado sindical. Basta con abrir los oídos y escuchar la forma en que nos habla. Incluso es muy fácil lamentarse por el comportamiento de nuestros compañeros. Basta con estirar el brazo y señalar sus errores y defectos.
Es tan fácil protestar, quejarse, criticar, juzgar y lamentarse que todos sabemos cómo hacerlo. Basta con adoptar el rol de víctima y creer que el mundo es un lugar injusto, en el que la culpa de nuestras desgracias y sufrimientos la tienen los demás. Pero esta actitud es ineficiente. No en vano, existe una ley en psicología que afirma que “lo externo es siempre un reflejo de lo interno, pues lo que se observa es en realidad una proyección del observador”.
Lo reconozcamos o no, somos co-responsables de lo que nos ocurre en el mundo de las empresas, en ésta y otras, en general, en la mayoría. De hecho, con nuestra manera de actuar legitimamos cada día todas esas actuaciones. El modelo de relaciones laborales lo hemos ido conformando con el paso de los años admitiendo y dando por bueno que lo que se hacía era lo propio, lo correcto, cuando en realidad era lo cómodo. Ahora nos lamentamos.
El egocentrismo lleva a victimizarnos cuando alguien nos cuestiona lo que pensamos, cuando lo firmado no es de nuestro agrado, cuando nuestras peticiones y reivindicaciones no han sido escuchadas. Lo curioso es que cuando ignoramos y miramos hacia otro lado siempre encontramos una razón de peso que lo justifique. Al vivir de forma inconsciente, en demasiadas ocasiones no nos damos cuenta de que en realidad “vemos la paja en el ojo ajeno sin reparar la viga que hay en el nuestro”.
Eso sí, al observar la realidad que nos envuelve en el mundo sindical, todos estamos de acuerdo en un mismo punto. La mayoría nos lamentamos por la falta de líderes, por la ausencia de referentes y, sobretodo, por la decadencia de valores que padece ahora mismo nuestra sociedad. Esta percepción generalizada pone de manifiesto que estamos en contra de muchas cosas, ¿pero cómo nos posicionamos? Y tal vez más importante: ¿quién asume la responsabilidad de convertirse en el referente que necesitamos? Ni más ni menos que un líder. Es decir, cualquier ser humano, cualquier trabajador que ha descubierto que para cambiar el mundo hemos de comenzar mirándonos en el espejo. Por ejemplo, tú.
Más que nada porque el cambio de mentalidad de la mayoría de individuos es lo que promueve la transformación del sistema. La esencia del liderazgo radica en esta toma de consciencia. A partir de ahí, comienza un proceso de aprendizaje y evolución personal, que pasa por responder a través de la propia experiencia las tres preguntas claves: ¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? Y ¿hacia dónde vamos?
La primera alude a la necesidad de cuestionar el modelo sindical que nos ha sido impuesto. Es decir, indagar, cuestionar acerca de la veracidad o falsedad de las ideas, formas y dogmas que forman parte del actual modelo. El malestar, la insatisfacción, la desesperanza y el desencanto son los indicadores más fiables de que nuestro sistema está contaminado por procedimientos caducados. Es entonces cuando nos comprometemos con encontrar la respuesta a la segunda pregunta. La respuesta es clara: somos trabajadores.
Con esos propósitos, muchos trabajadores deciden tomar las riendas de su vida. De ahí que se atrevan a enfrentarse a los miedos y carencias que sustenta al actual modelo, cuestionándose a sí mismos, a la máscara bajo la que se han protegido para ser considerados como trabajadores ejemplares.
Si aprendemos a liberarnos de esta casta sindical que nos rodea, estaremos preparados para liderar el cambio. Por eso los auténticos líderes, los trabajadores que terminan comprometiéndose con contestar a la tercera pregunta, descubren su propósito en el trabajo. Y es que el sentido de nuestra existencia no sólo alude a la manera en la que nos “sentimos”, sino también a la “dirección” que decidimos darle. Así, no es casualidad que los verdaderos líderes siempre dedican sus vidas al servicio de los demás, impulsando proyectos que realmente beneficien a todos. Y aunque pueda sonar utópico e idealista, el primer paso para ser líder, para olvidarte del “qué hay de lo mío”, consiste en abrir el corazón y seguir los dictados de lo que sentimos.